Violaciones masivas: arma islámica de conquista y dominación
Desde el sórdido episodio de las violaciones masivas de la Nochevieja de 2015 en Colonia y otras ciudades alemanas (más de un millar de denuncias), los casos de agresiones sexuales contra mujeres europeas a manos de inmigrantes y "refugiados", en su inmensa mayoría musulmanes, se han multiplicado a lo largo de toda Europa, especialmente en Alemania y lo países nórdicos.
Viendo lo sucedido en las últimas celebraciones de cambio de año, las violaciones se están convirtiendo en parte del folclore europeo de estas fechas: junto con los belenes, los mercadillos de Navidad y las cabalgatas de Reyes Magos, ahora tendremos de aquí en adelante las violaciones masivas de Nochevieja. Las costumbres cambian: del habitual regalo de ropa interior roja a los cinturones de castidad de última generación. Ésta es la marcha hacia el progreso de nuestra maltrecha Europa.
Europa se hunde en la noche de la regresión cultural, en el horror de una nueva barbarie. Asistimos a un retroceso de la civilización, al declive de una sociedad entera, a una ruptura de las bases antropológicas de nuestras sociedades. Es el regreso a la caverna. Este derrumbe social, esta degradación de las normas de convivencia, no es solamente un cambio de cultura, sino la implantación de un salvajismo que podríamos calificar de prehistórico. Todos tenemos en mente la clásica caricatura de las relaciones entre los sexos de esas antediluvianas épocas en la escena de un troglodita, con un garrote al hombro, arrastrando por los pelos a su pareja. Esa típica imagen de historietas o dibujos animados representa en clave cómica la terrible situación a la que vamos a marchas forzadas con la importación de unas poblaciones manifiestamente inadaptadas a la sociedad moderna y civilizada. Desde las cimas de la más alta y refinada civilización que la Tierra ha portado sobre su superficie, hemos caído a un estado de semibestialidad que causa espanto.
Tenemos que tener claro que no se trata de simples hechos criminales, por muy reprobables que sean. Entre la población europea, de raza y cultura autóctonas, también se dan este tipo de agresiones, aunque en términos cuantitativos muy inferiores a esta oleada de salvajismo que nos ha invadido. Pero es el carácter cualitativo de esas violaciones lo que debe constituir el objeto de una especial atención. En estos casos no estamos ante hechos criminales habituales, sino ante hechos culturales. Entre nosotros, los abusos y agresiones sexuales contra las mujeres están considerados una lacra social, un comportamiento altamente reprobable, una indignidad impropia de personas decentes, una vulneración extrema de la libertad y la dignidad de las personas. En el mundo islámico, donde las mujeres somos consideradas inferiores a los hombres, los malos tratos y las agresiones de todo tipo contra las mujeres no merecen la misma reprobación y condena que entre las naciones civilizadas europeas, cristianas y modernas: son hechos aceptado y justificados. Aquí reside la diferencia.
Al hablar de las violaciones sucedidas en Colonia y otros muchos lugares, ese nuevo paradigma cultural y de civilización que se nos quiere imponer, no falta el canalla malintencionado de turno que sale con aquello de "no estigmaticemos ni generalicemos, también hay violadores entre nosotros". Aquí nos enfrentamos a lo que parece ser un doble signo de los tiempos que corren: la estupidez absoluta y la total ignorancia de quien tal cosa argumenta.
Ignorancia, e incluso soberbia complacida, es la que tienen aquellos que dicen que "somos iguales, pero con ropa diferente". El escaso intelecto de estos lerdos que, efectivamente, creen que todos somos "seres humanos", y que la cultura es algo que se pone y se quita, como si de un vestido o unos zapatos se tratara, les basta para justificar estos sucesos como algo inherente al género humano. En concreto, el culpable es el hombre: allá donde haya hombres, habrá violaciones. Con esta estratagema pretenden cerrar el caso y escamotear todo debate serio sobre la cuestión.
Esta manera reduccionista y estúpida de explicar la realidad implica una verdadera falta de conocimiento. Y la ignorancia es peligrosa cuando nos impide ver la verdad. La cultura es mucho más que un "vestido de civilización" diferente en la forma pero similar en el fondo. (Obviamente, cultura entendida como el conjunto de ideas, costumbres y tradiciones que caracterizan a un pueblo). La cultura determina en una gran medida el esquema de nuestro comportamiento, nuestra forma de pensar y entender la vida, y por tanto, nuestra forma de reaccionar y explicar cualquier situación. No solo es simplista, sino estúpido, pretender que si a un individuo le arrancas de su cultura y lo llevas a otra diferente no va a tener problema en adaptarse y en asimilar como propia la nueva realidad: sus patrones de pensamiento, de interpretación de los acontecimientos, su manera de reaccionar ante la misma, siempre vendrán marcadas por la cultura original que le formó. Por eso, argumentar que "también hay violadores entre nosotros" demuestra una falta de conocimiento, o mejor dicho, un conocimiento adoctrinado por el marxismo cultural. Los violadores que están "entre nosotros" saben que la violación es un delito y el violador un delincuente, aunque su delito proceda de problemas psiquiátricos. Pero en otras culturas, la violación de mujeres ajenas a su círculo no es sólo un hecho aceptado, sino recomendable incluso. La profesora egipcia de estudios islámicos Suad Saleh, de la Universidad Al-Azhar de El Cairo, afirmó en un programa de televisión que el Islam permite la violación de las mujeres no musulmanas en la guerra con los "enemigos del Islam".
"Las prisioneras de guerra son de su propiedad (de sus captores). Se puede humillarlas y deben ser propiedad de un señor de la guerra o de un musulmán que pueda disfrutar de ellas como de sus esposas".
En definitiva: para otras culturas, la violación de mujeres no pertenecientes a ella no es un hecho aberrante ni criminal, sino algo completamente normal. No hay, pues, posibilidad de comparar estas violaciones masivas con las que pueda llevar a cabo cualquier perturbado occidental. El hecho de que la cultura condiciona la interpretación de lo sucedido podemos verlo en algunas sentencias judiciales en las que delincuentes extranjeros se han visto absueltos por este motivo: porque en su cultura es algo normal hacerlo (las hemerotecas están llenas de estos casos). Y en el fondo, esto es lo que predican los iluminados de la multiculturalidad: que hay que entender, disculpar y a la postre permitir las violaciones porque en su cultura es normal. Por lo tanto también habrá que permitir la poligamia, la pedofilia, el canibalismo, el sacrificio humano... si en su cultura es normal. Pronto llegaremos a eso.
Por otro lado, no hay que olvidar que dentro de esos parámetros culturales, el concepto de dominación y de invasión está subyacente en la mentalidad de los recién llegados a nuestros países. Debemos tener en cuenta que, desde su punto de vista, Alá les ha entregado nuestra tierra, y es cuestión de tiempo que tomen posesión de ella. Lo que nosotros interpretamos como tolerancia, diálogo, acercamiento al otro, para ellos es recibido como sumisión, entrega, cesión de nuestros derechos ante los suyos. Para esta gente, nuestra actitud hacia ellos no es generosidad, sino sumisión, no es humanidad, sino cobardía, no es altruismo, sino debilidad.
Es bien sabido que "para no ofender al islam" nos están obligando a renunciar a nuestras costumbres y tradiciones. Lo que no está tan claro para muchos es que, mientras nosotros ponemos esta sumisión en positivo, como un acto de empatía y acercamiento, ellos lo interpretan como lo que es: un acto de sometimiento a los que pronto serán señores de esta tierra. No hace falta más que hacer una simple búsqueda en Internet para comprobar hasta qué punto esta idea está extendida entre los llegados a nuestro país. Los símbolos de victoria que muchas veces realizan al pisar nuestra tierra no suelen ser un "¡Conseguí llegar!", sino más bien un "¡He ganado!", y sobre todo un "¡Alá está de mi parte!". Estamos viendo ya cómo llegan a nuestras fronteras y nuestras playas al grito de "¡Allah Akbar!". No se comportan como rescatados de las garras de la muerte, agradecidos por la acogida de sus salvadores, sino como belicosos conquistadores que vienen a tomar posesión de lo que su dios les otorga: los bienes, los cuerpos y las vidas de los infieles. Violar mujeres de pueblos sometidos es, desde el principio de los tiempos, la señal de que el vencedor ha logrado conquistar esa tierra.
No seamos ingenuas ni caigamos en la trampa edulcorada del sistema: aquí hay violadores, sí. Pero no llevan ni mucho menos ese trasfondo que sí podemos encontrar en los que vienen de fuera. Los violadores de nuestra cultura son criminales, los violadores invasores son soldados de Alá. El sometimiento de la mujer a los bajos instintos del hombre es entre nosotros motivo de reproche y vergüenza. Entre los invasores musulmanes es un arma de conquista y sometimiento. La violación islámica es un arma de dominación masiva.
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