Lo que celebramos hoy es Que la palabra de Dios en la biblia es viva y eficaz.
La palabras de Dios trasciende.
1. Vigencia de las reformas protestantes del siglo XVI
En un mundo tan globalizado y aquejado ahora por una pandemia que está sacudiendo sus cimientos más profundos, conmemorar un aniversario más de las reformas religiosas del siglo XVI es un inmenso desafío cultural, religioso y teológico. Parecería que la experiencia vivida por los reformadores en su época (en el sentido espiritual y también en relación con las epidemias) ha llegado hasta nosotros envuelta en un halo de misticismo e incomprensión. Pero dadas las circunstancias en las que uno de los grandes asideros para salir progresivamente de esta situación es recuperar la innegable presencia de la gracia divina, uno de los grandes principios de la Reforma, esta conmemoración adquiere notoria relevancia.
Los grandes temores religiosos acumulados en la experiencia personal de Lutero ocasionados por el tipo de espiritualidad en el que fue formado comenzaron a ser superados gracias, en primer lugar, al redescubrimiento de la lectura bíblica directa como un motor existencial y teológico de primer orden. La atención prestada a la traducción, exégesis e interpretación bíblicas adquirió, ya en los momentos más álgidos de la transformación sociopolítica a que condujeron los ideales reformistas, una enorme importancia pues abarcó todos los órdenes. Desde la piedad individual hasta las grandes definiciones de monarcas y gobernantes, sin olvidar la liturgia colectiva y los ímpetus emancipadores en varios países y regiones, el principio básico del acceso a las Sagradas Escrituras influyó de manera determinante para modificar progresivamente las conciencias y las mentalidades. Nada quedaría incólume después del gran acercamiento a la revolucionaria verdad bíblica de la justificación obtenida únicamente mediante la fe, en menoscabo total y absoluto de las obras humanas. Al afirmar, como lo hizo San Pablo, que las obras son consecuencia de la fe salvadora, todo cambió para siempre en la fe cristiana de Occidente.
El otro gran principio, el cristológico, planteado de diversas maneras por los diferentes enfoques reformadores, afectó profundamente la espiritualidad que se venía practicando desde hacía tiempo, e impuso nuevas formas de comprensión de la relación con Dios a través únicamente de Jesucristo, sin ninguna otra mediación, ya fuera de santos o vírgenes. Al mismo tiempo, volvió a salir a la luz la inmensa realidad bíblica del sacerdocio universal de cada creyente, hombre y mujer, que puede interactuar directamente con Dios, sin olvidar la dimensión comunitaria de la fe y la espiritualidad.
Las consecuencias sociales, políticas, económicas y culturales de estos postulados, no siempre bien apreciados por la visión eclesiástica, fueron monumentales, pues contribuyeron a la formación de nuevas sociedades, países y gobiernos que asumieron la tarea de aplicarlos en todas las áreas de la vida. No quedó ningún resquicio que permaneciera ajeno a esta gran explosión religiosa, pues incluso si se quisiera demeritar su impulso para el cambio sociopolítico explícito, habría que echar mano de una sólida revisión de lo que se conoce como “el ala radical” de las reformas, es decir, los movimientos anabautistas que, por toda Europa, señalaron el maridaje en que incurrieron muchos dirigentes eclesiásticos de las nuevas iglesias. La recuperación de esta notable vertiente teológica y eclesial (que al menos en América Latina no ha sido suficientemente estudiada) ha enriquecido la visión panorámica de lo sucedido y su evolución.
La vigencia de las reformas religiosas de hace 504 años sigue alimentando e iluminando, en sus desarrollos y evolución, la vida y misión de las iglesias evangélicas de hoy en día como una referencia ineludible para explicar su origen y proyección. Celebrémoslas y estudiémoslas, pues, para recibir sus grandes lecciones.
2. Perspectivas reformadas del cambio socio-religioso a 504 años
…lo que posibilitó el éxito de la Reforma fue la audacia con que Calvino criticó las tradiciones y las costumbres más sagradas de su tiempo, partiendo de las Escrituras, y también el ardor que tuvo para encontrar una aplicación más justa de las enseñanzas de la Palabra frente a las circunstancias nuevas.
André Biéler, El humanismo social de Calvino (1973)
La perspectiva reformada de la vida y la misión para las personas y las iglesias está dominada por una visión gloriosa de la soberanía de Dios. Esta afirmación procede de diversos textos redactados por el reformador Juan Calvino, quien, al sumarse a las filas de la Reforma Protestante, alrededor de 1533, asumió como la tarea central de su vida la trasformación de la iglesia y de la sociedad de su tiempo. Así lo resumió Émile Leonard, en su magna Historia general del protestantismo (1967, en español): “Estaba reservado al francés y al jurista Calvino crear más que una nueva teología un mundo nuevo y un hombre nuevo. El hombre ‘reformado’ y el mundo moderno. En él, ésta es la obra que predomina y la que nos da razón de su autor”. Semejante labor hizo de Calvino el consumador del impacto de la Reforma llamada Magisterial, para distinguirla de los movimientos precursores (husismo, valdismo) y de los movimientos radicales de su tiempo (anabautistas).
Con todo y la crítica recibida justamente por esos movimientos, en el sentido de que, a fin de que prevalecieran sus logros religiosos, Calvino (como Lutero, Zwinglio, Felipe Melanchton, Heinrich Bullinger y muchos reformadores más) debió negociar con los poderes temporales, su gran labor exegética, homilética, pastoral y teológica permanece, si no como un monumento, sí como una gran muestra de la disposición que mostró para ponerse al servicio del Dios de la Biblia y promover la fuerza transformadora del Evangelio de Jesucristo.
La gran tradición que lleva su nombre (aun cuando la vertiente reformada propiamente dicha fue iniciada en realidad por Zwinglio), al extenderse por toda Europa y fuera de ella, ha representado una de las confesiones más vigorosas que registra la historia. Su capacidad de adaptación a los diferentes contextos, la intensidad del compromiso cristiano que promueve, así como sus énfasis abarcadores para influir en todas las áreas de la vida y del conocimiento humanos, hacen de ella una formidable veta de espiritualidad y profundidad teológica. Acercarse a ella, desde dentro o desde fuera, representa un esfuerzo válido por traerla hasta este presente conflictivo y extraer sus grandes lecciones, aportaciones y enfoques para la vida y acción de las iglesias.
Como toda gran aportación religiosa, espiritual y cultural, la teología reformada sigue siendo una referencia firme para que la militancia que la reivindica se sitúe, en igualdad de condiciones, en todos los espacios sociales a fin de ejercer su labor cristiana con plena convicción de su vigencia y efectividad, sin olvidar el énfasis profético que la ha caracterizado. Pues, tal como lo expresaron los franceses Laurent Gagnebin y Raphaël Picon en El protestantismo: la fe insumisa, éste sigue siendo parte de la fuerza ética (el llamado “principio protestante”, que popularizó Paul Tillich) con que el protestantismo, de manera general, se ha situado en la historia, con una claridad teológica indiscutible:
Los reformadores, Lutero, Zwinglio, Calvino, Bucero, Farel y otros, por unanimidad compartieron la convicción que ahora resuena en el corazón del protestantismo: ¡sólo Dios nos puede llevar a Dios! Ninguna institución eclesiástica, ningún papa, ningún clérigo nos puede conducir a él: porque, en primer lugar, Dios es quien viene a nuestro encuentro. Ninguna confesión de fe, ningún compromiso en la Iglesia, ninguna acción humana nos puede atraer la benevolencia de Dios: sólo su gracia nos salva. Ningún dogma, ninguna predicación, ninguna confesión de fe pueden hacernos conocer a Dios: sólo su Palabra nos lo revela. Dios no está sujeto a ninguna transacción posible, su gracia excede cualquier posibilidad de intercambio y reciprocidad. En el protestantismo, Dios es precisamente Dios en la medida en que nos precede y permanece libre ante cualquier forma de sumisión.
Esta perspectiva forma parte de la fuerza sociopolítica y cultural de dicha tradición, cuya presencia influyó de manera determinante en la conformación de las modernas sociedades occidentales.
(Texto preparado para la Iglesia Presbiteriana Dios con Nosotros, col. Casas Alemán, Ciudad de México)
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